Son
unos animales tan singulares que dieron lugar a la leyenda de las sirenas. Los
manatíes, emparentados con los elefantes, son hoy una especie amenazada, pero
hace tiempo eran una especie mitológica. Te contamos el porqué de este singular
mito y cómo llegaron a confundir incluso a Cristóbal Colón.
Cristobal Colón asomó por la amura de estribor y notó que su pulso se aceleraba. Llevaba largos meses de travesía y exploración desde su salida en el puerto de Palos. Había conseguido llegar a Oriente cruzando el Atlántico y, aunque no podía imaginar hasta qué punto, el éxito de su empresa estaba asegurado. Pero aquel aviso le hizo olvidarse de su triunfo por un momento. Estaba a punto de encontrarse, cara a cara, con uno de los prodigios mayores del mundo, unas criaturas de las que hablaban los textos clásicos, unos seres dignos del libro de las maravillas de Marco Polo: las sirenas.
Colón ya había podido observar algunas en las costas de Guinea años atrás. Pero aquellas las vio tan lejos que le costaba no atribuirlo a un espejismo producido por largos días de navegación. Ahora, sus hombres le habían avisado de que las sirenas estaban a unos metros de su nave. Con una ilusión infantil, el almirante se asomó allí donde los marineros se congregaban y se encontró con tres sirenas flotando indolentes en las aguas claras del Caribe. El entusiasmo de Colón se apagó de golpe.
¡Eran espantosas! Según nos relata Bartolomé de las Casas, el almirante «dijo que vio tres sirenas que salieron bien alto de la mar, pero no eran tan hermosas como las pintan, que en RISTÓBAL alguna manera tenían forma de hombre en la cara». ¿Qué fue lo que vio Colón? ¿Qué o quiénes son los responsables de la leyenda de las sirenas? La respuesta la tienen unos animales tan singulares que se les ha incluido en un orden zoológico denominado 'Sirénidos': los manatíes.
Unas moles muy pacíficas
Los manatíes son unos parientes lejanos
de los elefantes que evolucionaron para llevar una vida acuática. Tres especies
nadan en las aguas cálidas del Atlántico: el manatí del Caribe y el del
Amazonas, en aguas americanas; y el manatí de África Occidental, en las costas
desde Senegal hasta Angola y en aguas interiores del río Níger. La forma de
descansar en superficie asomando su cabeza y sus hombros y la singular manera
de abrazar y cuidar a sus crías pudieron ser el origen de que en repetidas
ocasiones y en diferentes partes del mundo se las haya confundido con las
sirenas mitológicas. Otro tanto sucede con el otro miembro del grupo de los
Sirénidos, los dugongos, que viven en las costas del Indo-Pacífico. Aun así,
viéndolos en detalle, cuesta creer que alguien pudiera confundir sus cuerpos
rechonchos, su morro achatado y sus extremidades delanteras, ensanchadas a modo
de aletas, con las bellas sirenas que atrapaban a los marineros con sus
irresistibles cantos para llevarlos a las profundidades del mar. Porque estos
Sirénidos nada tienen que ver con las legendarias sirenas. Y no solo por su
aspecto.
El rasgo que más
confundió a los marinos fue la forma en que los manatíes abrazaban amorosamente
a sus crías
Lejos de la agresividad de las
mortíferas sirenas, los manatíes del Caribe son animales pacíficos a los que
les gusta llevar una vida tranquila pastando vegetación subacuática en aguas
templadas. A pesar de su tamaño y su aspecto, no tienen grandes capas de grasa
y necesitan que la temperatura del agua sea alta. Los adultos superan los 3
metros de longitud y pueden llegar a pesar 1600 kilos, pero, a diferencia de la
mayor parte de los mamíferos marinos, si la temperatura del agua baja de 20
grados centígrados mueren.
Las madres cariñosas
El rasgo que más confundió a los
antiguos marinos no fueron los cuerpos y cabezas que asomaban sobre la
superficie del mar, sino la forma en que los manatíes sujetaban a sus hijos
abrazándolos amorosamente. Las hembras no se aparean hasta pasado su quinto año
–algunas hasta su décimo– y solo tienen una cría cada dos o tres años. Esta
bajísima tasa de reproducción obliga a las madres a ser extremadamente
cuidadosas con sus hijos. Los pequeños se alimentan de la leche materna durante
dos años y gracias a su rico contenido en proteínas y grasas, superior al de
cualquier leche vacuna, consiguen salir adelante. Este constante cuidado y las
frecuentes muestras de cariño que la madre ofrece a su cría convirtió a los
manatíes en animales totémicos para diferentes culturas de la tierra. Para unos
se transformaron en sirenas. Para otros, como los mayas, en espíritus de
la maternidad. De una forma involuntaria, los manatíes no pasaron inadvertidos
para los distintos grupos humanos que los encontraron. Y esto les supuso graves
problemas.
Un amuleto para todo
Todos los pueblos que se toparon con
los manatíes los cazaron, se los comieron y utilizaron, de una u otra forma,
diferentes partes de su cuerpo con distintos fines. El halo espiritual o
mitológico no salvó a estas sirenas reales. Los waraucos del Orinoco los
relacionaban con las estrellas y llamaban a la Vía Láctea «el camino del
manatí», pero los mataban para extraerles los huesos del oído interno, al
considerarlos un potentísimo amuleto, y moler el resto de los huesos como
medicina para la artritis y otras enfermedades. Los sianoas del Amazonas los
consideraban un dios vengativo, pero aun así utilizaban su grasa como remedio
para el reuma y otros dolores. Otros indígenas amazónicos utilizaban su piel
para hacer látigos o, hervida y mezclado el caldo resultante con ron, como
remedio contra el asma y cataplasma para cortes y heridas. Los mayas los
cazaron igualmente, a pesar de su papel totémico, para deleitarse con su carne.
Y los diferentes pueblos de la costa oeste de África los temieron y adoraron
como sirenas mientras los cazaban, los comían, utilizaban su pene y testículos
como medicina contra la impotencia e incluso los disecaban para vendérselos
como sirenas reales a los ignorantes hombres blancos que empezaron a llegar con
asiduidad a sus costas.
Splash en versión macabra. La sirena falsa más famosa de todos los tiempos apareció en escena en 1842 cuando el doctor J. Griffin avisó de que llegaba a Nueva York desde Fiyi el cuerpo de una auténtica sirena. Expuesto en el Museo Americano del Dr. Barnum, un famoso empresario del espectáculo, la sirena creó gran polémica por su espantoso aspecto. El engendro había sido comprado a un pescador japonés por seis mil dólares, una fortuna en la época.
Como resultado, las tres especies de
manatíes están amenazadas y aparecen como vulnerables en la Lista roja de
especies amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la
Naturaleza. Y es que nuestra sociedad tampoco los ha tratado mejor. Todos los
años, cientos de manatíes mueren ahogados en redes de pesca, atropellados por
lanchas de motor, cazados o envenenados por el creciente deterioro de las
aguas. Parece que en la historia de las sirenas del mundo real ellos no son,
precisamente, los malos y peligrosos de la historia.
Los manatíes comen entre seis y ocho
horas al día y su vida es tan lenta y tranquila que infinidad de parásitos y
algas se anclan a los pelos que tienen a lo largo del cuerpo. Percebes,
pequeños crustáceos y algas van cambiando el color grisáceo de su piel hasta
vestirlos con lo que parece un traje de camuflaje.
LA
PENÚLTIMA SIRENA
En 2012, Discovery Channel realizó
Sirenas: el cuerpo encontrado, un extraordinario falso documental sobre
sirenas. Con un realismo asombroso y testimonios de científicos, el documental
presentaba evidencias de la existencia real de sirenas. Aunque luego se
reconocía la falsedad, las sirenas volvieron a ponerse de moda y decenas de
avistamientos, grabaciones y fotografías inundaron Internet. Casi todas eran
falsificaciones baratas y fáciles de detectar. Pero entonces aparecieron las
fotos de una 'auténtica' sirena muerta en una playa de Veracruz, en México. Los
detalles de aquella anatomía revolucionaron las redes sociales. ¡Allí había una
sirena real! Y en cierto modo lo era. Aprovechando las magníficas sirenas
creadas por Joel Harlow para la cuarta entrega de Piratas del Caribe, sus
autores realizaron las fotos y las colgaron en la web. Una forma original y
barata de hacer publicidad. ABC
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